El mago de Viena es la autobiografía del excéntrico Sergio Pitol, escritor mexicano que viajó por Europa y Asia durante 30 años debido a su oficio como traductor y diplomático ¿Qué nos enseña su vida? ¿Cómo un libro puede ser esquizofrénico y erótico?
"Mujer dormida" de David Alfaro Siqueiros |
No había leído una autobiografía tan extraña. Sergio Pitol, un viejo mexicano distinguido por los premios Cervantes y Alfonso Reyes, confiesa sin asomo de arrogancia que su vida es los libros que ha leído.
Sergio Pitol nació varias veces: el mismo día que Don Quijote, también el día que vio la luz Hucklerberry Finn. Sus recuerdos de infancia se confunden con la niñez de Borges y la de James Joyce, pero por cuestiones prácticas hay que decir que nació en México en 1933.
La vida de un escritor contiene siglos y continentes. Su vida no se puede compactar en unos cuantos años y unas tantas ciudades, pues sus experiencias se desperdigan por todas las épocas y tierras. Las horas sentado en un escritorio leyendo y escribiendo son la herramienta para transgredir el tiempo y el espacio.
Las ficciones creadas y recreadas cobran vida al punto en que el autor vive el mundo a través de sus personajes. La identidad del escritor se multiplica: ya no sé si tal o cual anécdota pertenece a Sergio Pitol o a Nikolai Gogol.
El libro llegó a mis manos por una red de casualidades que en conjunto parecen un milagro. En breve: una amiga mexicana, que conocí en Ecuador, compró el libró en Venezuela y me lo prestó en un hostal de Buenos Aires.
Comencé como si fuera una lectura indefensa, de sala de espera, pero me estaba agitando las tripas. Los libros no son juguetes para entretener y distraernos de la nada, sino para mirarla a los ojos. Y más me enganchó cuando noté que estaba escrito secretamente para escritores jóvenes.
(Recomendación: Qué pasa si un camaleón olvida su color favorito)
Después de la muerte de una amiga cercana, Sergio Pitol espera un sobre que la difunta le destinó como herencia, quizá unas poesías inéditas o un manojo de cartas. El sobre guarda unas hojas y Pitol lee las primeras líneas y se espanta del contenido. En su cocina quema las hojas.
Portada del libro. |
Su amiga había conservado los poemas que el mismo Pitol había escrito en su juventud con la firmeza de que cambiarían el panorama literario entero ¿Por qué quemó parte de su obra, parte de sí mismo? Mejor deshacerse de la evidencia antes que entretenerse con esas vergüenzas escritas en un lenguaje tieso y de pobre respiración. “El escritor sabe que su vida está en el lenguaje, que su felicidad o su desdicha dependen de él”.
El libro parece un collage de retazos arbitrarios e ilógicos, como el invento de un esquizofrénico: sus viajes como diplomático son reflexiones sobre la literatura china o rusa, una anécdota de Evelin Waugh que acaba en Turkmenistán o México, el catolicismo de Monsivais, las enseñanzas de la arquitectura a las formas literarias.
La obra de Pitol entra por el tacto, no por los ojos; un vistazo no alcanza a capturarla como a un paisaje, hay que recorrerla pedazo a pedazo como quien conoce, a través de la piel, el cuerpo de su amante. “La literatura y sólo la literatura ha sido el hilo que ha dado unidad a mi vida”. Y así, el mago de Viena es un compendio de literatura universal viva, y en cuanto viva, incompleta, que no enciclopédica.
(Recomendación: La educación anarquista en Quito)
Los viajes sacuden el cuerpo agonizante de la literatura antes de que muera de melancolía, antes de que continúe narrando el vacío de un ego ensimismado que ruega por compasión. Chéjov se encaminó a las cárceles de Siberia, Joseph Conrad se adentró en el Congo, y ambos así transformaron su vida y su literatura: con el viaje ¡por fin! comprendieron la vida humana.
Sergio Pitol planeó un viaje a Europa por unos meses, pero duró allí 30 años. Y así se convirtió en uno de esos escritores excéntricos que él mismo examina en el libro, aislados de las modas literarias y las escuelas, libres de tontas competencias y envidias entre colegas, autoexiliados que no deben nada a ningún ideal estético o político. La escritura requería una nueva existencia, establecer una distancia de una niñez y una adolescencia que parecían eternas:
“Si es cierto que las pulsiones de la niñez nos acompañarán hasta el momento de morir, también lo es que el escritor deberá mantenerlas a raya, evitar que se conviertan en un candado para que la escritura no se convierta en cárcel, sino en reserva de libertades.”
El análisis de la escritura va de la mano con su propio desarrollo. El primer libro de Pitol fue una serie de cuentos basados en su infancia, en su familia, en la nostalgia de los tiempos previos a la revolución. Tiempo después, ya del otro lado del Atlántico, comprendió que escribió este primer libro a manera de liberación: ya no deseaba repetir su vida entre los mismos personajes. A partir de entonces su literatura se escenifica en las grandes ciudades del mundo.
¡Sígueme en redes sociales!
Dibujo en tinta de José Clemente Orozco, visto en La Exposición Pendiente (Buenos Aires 2016) |
OTRAS RECOMENDACIONES DE MARDOQUEA:
Y un video de Sergio Pitol hablando sobre la literatura rusa:
0 comentarios:
Publicar un comentario