¿La mujer rebelde es una niña que patalea, la esposa es un adorno de la casa? ¿Qué tiene por decirle una puta a los obreros que organizan la revolución? ¿El hombre sólo es hombre si ejerce la dominación? A partir de una novela ecuatoriana, reflexiono sobre el macho revolucionario, las mujeres domesticadas y las putas rebeldes. Este artículo es parte del Viaje Literario por Suramérica.
Durante
los años de la primera guerra mundial, los niños ecuatorianos empapelaban sus
cometas con los colores de la bandera alemana o de la francesa. Sólo el pequeño
Alfonso Cortés se atrevía a adornar la cometa con su propia bandera, y los
otros chicos le reprendían: "¿Qué guerras ha ganado, qué ha hecho, qué es
el Ecuador?" El Ecuador era una nada, un vacío que había que llenar.
Pronto
acontecería en Guayaquil la masacre del 15 de noviembre de 1922, que daría, con
sus miles de muertos, ese algo para
llenar el espíritu de la joven nación. Joaquín Gallegos Lara responde a la
pregunta qué es Ecuador con la novela Las cruces sobre el agua, en la
que cuenta la vida de personas ordinarias que son sacrificadas ese día
extraordinario. Nadie esperaba que el gobierno ordenara al ejército disparar
contra los huelguistas.
Las
historias que nos contamos a nosotros mismos acaban construyendo el cuerpo de
la nación y la justicia. Efectivamente, esta novela ha servido de fuente de
memoria e identidad para el Ecuador y además proclama el proyecto político de
la justicia para los oprimidos, sin llegar a ser panfleto. Las cruces sobre el agua cuenta la épica del macho tropical y la
marginalización de la mujer como núcleo de lo que es Ecuador.
La novela
puede tomarse como un canto a la rebelión de
los oprimidos. Cuenta con realismo y crudeza las condiciones miserables
de miles de trabajadores y la valentía de los protagonistas en la lucha por un
mundo mejor. Sin embargo, los personajes insisten en que sólo los hombres
pueden decidir y que las mujeres, sometidas al tutelaje masculino, tienen
prohibido rebelarse. La mujer rebelde es
considerada una niña que patalea, no una persona que afirma su dignidad y busca
su libertad. Así descrita, la transformación social está planteada de
manera incompleta: sin la participación de la mujer no se transforma nada
Las cruces
sobre el agua presenta
dos protagonistas: Alfredo Baldeón y Alfonso Cortés, dos amigos del barrio El
Astillero, que transforman su carácter en el tránsito de la infancia a la
adultez. El objetivo de estos dos amigos, como el de la mayoría de hombres en
la novela, es tener el mundo a sus pies. Uno de ellos, llamado Tubo Bajo, un
chico mestizo que se negó a trabajar de paje para los blancos y comenzó a
laborar de chofer, resume el objetivo de la hombría: "¡Al tener el volante
en las manos, el mundo era de uno! ¡Más que cuando uno se achispa!" Por
supuesto, emborracharse es una -engañosa- manera de dominar el mundo: la
libertad y la violencia se confunden en una botella.
1: "¡Al fin se resolvieron a ser hombres!": guerra, arte, sexo.
El niño
Alfredo Baldeón, abandonado por su madre, sabe que debe competir con sus amigos
para hacerse el líder de la pandilla, no obstante sabe también que esta lucha
por el poder del grupo no es más que un juego: "Su vida debía cambiar. Mientras no cambiara, siempre sería un chico".
Los niños
crecen cuando se confrontan a experiencias que los exceden como individuos.
Para Alfredo fueron la guerra, las mujeres y la lucha política las experiencias
que eligió por capricho propio como aquellas que lo forjaron adulto. "Todo macho tropical se cría esperando su
hora de empuñar el fusil". Ya adolescente, escapó para enlistarse en
el ejército de negros rebeldes que combatió en la provincia de Esmeraldas.
"¿Qué cosa era matar y exponerse a
que lo maten?" Su cuerpo mismo, expuesto a la muerte como al sol, se
transformó: "en meses creció varios
dedos, se curtió, se le anchó el pecho, en los ojos le brilló fuego que ya no
se apagaría".
Por su
parte, Alfonso sufrió otro tipo de vivencia extraordinaria: el arte. Su madre y
sus hermanas trabajaban para que él pudiera educarse, deseaba ser médico y, en
secreto, un músico como Beethoven. También conoció la muerte un día que
acompañó a su madre a exhumar los huesos de unos familiares. El arte y la
angustia de la muerte lo hicieron un joven romántico que, con el curso del
tiempo, tuvo que aterrizar sus aspiraciones cuando la pobreza amenazó la salud
de sus hermanas, así que decidió vender su piano, dejar los estudios y trabajar
como los demás chicos del barrio. Por supuesto el trabajo hace parte del
tránsito a la adultez de un hombre, porque con él puede traer pan a la casa,
pero la novela no le da tanta importancia a este tema.
El gozo
del niño corresponde al gozo del juego, la broma cruel y la madre. La
sexualidad propiamente se despertó cuando Alfredo, ya adolescente, está apunto
de metérsele al catre a su madrastra, sabe que ella no lo rechazará, sin
embargo, debe ser fiel a su padre y, para evitar la traición, escapa a la
guerra sin decirle a nadie.
De
Alfredo se dice que "su vida
violenta le dio muchas mujeres después". La novela supone que el
hombre más violento tendrá más sexo. La violencia sirve para subordinar a la
mujer al punto de convertirla en propiedad: "Aprende, yo a Felipa la tengo mansita ¡Hasta le toco los pechos!"
Y por tanto, el amor no se entiende como el reconocimiento mutuo que detiene el
ciclo vicioso de la venganza. Tampoco el amor es conocerse débil uno frente al
otro. Todo lo contrario: sólo ama el que se impone más fuerte. "Si me ve que soy el que pego más duro, sí me
quiere. Si es mía, se queda conmigo; si de otro, solita se me viene".
Alfonso,
buen romántico, espera primero encontrar el amor. Se niega a continuar su
relación con Margarita: la joven lavandera no es educada y ya lo aburre.
Tampoco se enamora de Pepina, la hija de su maestro de piano (aunque sí le toca
las tetas). Se enamora y pierde la virginidad con su prima, Gloria, a quien a
la mañana siguiente propone matrimonio. Ella se burla de él, el primo pobre del
cual sospecha que desea quedarse con la riqueza de la familia. Gloria es de las
pocas mujeres que gozan de una sexualidad insumisa en la novela, aunque este
placer se lo otorga su situación de blanca arrogante con dinero. Esta sexualidad insumisa es, no obstante,
una réplica del macho: también utiliza al otro como objeto desechable.
La
sexualidad del macho (que también pueden practicar las mujeres) es otra
estrategia para lograr tener el mundo a sus pies. "El que monta, manda." Hay un personaje particular, un hombrecillo
frustrado y marginado del curso normal de la vida y, por tanto, fuera de la
competencia brutal que los hombres entablan entre sí para probar quién es
superior. Es Malpuntazo, el hermanito de Margarita y Felipa, las jóvenes
amantes de los protagonistas. Un niño de cuerpo deforme y un ojo más grande que
el otro que babea y mira en todas las direcciones. Marginado una y otra vez, la
única solución que encuentra para participar de la normalidad es violar a su
hermana Margarita. Ella había sido obligada por el novio, Moncada, a la
prostitución y, luego de que regresa a casa huyendo de esa vida, su hermano no
ve problema en violar a una puta. El
hombre marginado encuentra ese gusto de superioridad, del cual ha sido
excluido, revictimizando a una mujer que seguramente ya no considera humana.
2: "Aquí no podemos ser dichosos sin ser canallas": un mundo mejor para los hombres.
El hambre
y el dolor se reparte entre hombres y mujeres, pero no vemos ninguna mujer que
empuñe un fusil o tome la palabra. Se habla de un comité revolucionario de
obreras en la asamblea, pero ya abordaré esto luego. Parece que la mujer no
puede ser rebelde por sí misma, tampoco puede definirse un grupo de valores a
defender. Es el caso de Leonor, para quien no importa lo que haga su esposo,
Alfredo, porque ella siempre será su soporte, sombra y legitimidad. Cuando
Alfredo renuncia a la panadería, sabiendo que la ciudad se hundía en crisis y
no había trabajo para nadie, Leonor consintió su decisión: "hiciste bien, todo lo que tú haces está bien
¡Vos eras el que tenía que hacerlo porque eres el más hombre!" Leonor
se define moral y políticamente a través de su esposo, lo que insinúa la paradójica
imagen de una mujer que exige autonomía porque alguien más se lo ordena.
Así las
cosas, la redención de los oprimidos
queda en manos de los machos: "¡Los
que se avergüenzan de ser pueblo no son hombres!" De nuevo, la
violencia: hay que detener los procesos de producción y transporte en todo
Guayaquil para exigir mejoras de las condiciones laborales. La huelga convoca a
todos los gremios y la violencia revolucionaria se toma las calles en el
intento de echar un frenazo al progreso de la historia. Sin embargo, la
revolución, en tanto acontecimiento y paréntesis para la reconfiguración
colectiva, es cooptado por la figura masculina: "Esto no era una huelga en que únicamente se romperían los más
hombres; era más que una huelga: era que todos se habían vuelto más hombres.
Todos, ante la vida esclava, los salarios ínfimos y el hambre, levantaban la
voz y la mano, exigiendo vivir". Como
si la victoria final decretara penes más grandes para todos y todas.
La ética
del macho dicta, no sin cierto cariño, que hay que aplastar a los demás para
realizarse en la vida y así queda falseada la pretendida solidaridad
revolucionaria que proclaman algunos personajes. Al final de la novela, los dos
hombres protagonistas han satisfecho sus aspiraciones vitales. Han sobrevivido
a la guerra, al arte, a las mujeres, y cumplido sus metas como adultos. Alfonso
ha logrado ser un músico consagrado que estudió en el exterior y Alfredo ha
muerto en plena batalla de un balazo en la garganta.
En sus
últimos pensamientos, Alfredo descarta la validez del proyecto ordinario de
hacer una familia (cosas de niñas) y asume la muerte que él mismo ha elegido
como final lógico de su libertad: "Por
ella [Leonor, su esposa] y por el chico [su hijo] nada más le importaba. Pues
él sabía por qué moría: e iba contento. Libre escogió su camino." La satisfacción
de un mártir que roza la eternidad. Los hombres tienen la libertad de decidir
sobre sus propios destinos a tal punto que sus errores y crueldades no se ven
como tales, no hay vergüenza alguna, tampoco reprobación o arrepentimiento,
pues haga lo que haga está bien hecho. Tanto así que el padre de Alfredo
exclama, ante el cadaver de su hijo: "No
había más ¡Eso era lo que tenía que hacer!"
3: "Negra es negra para tumbarla y hacerle un mulato": las mujeres domesticadas
Si los
hombres están espoleados a ser adultos, las mujeres se quedan frenadas en la
niñez. Los personajes femeninos de Gallegos Lara sostienen el ideal de una
mujer menor de edad, un ser débil al que hay que cuidar, guiar por la vida y
hacerle un hijo. Cuando Violeta termina su relación con Alfonso, escribe una
carta: "Soy una mujer que no vale la
pena hayas puesto toda la ilusión de tu vida en amarme, ya que en la hora de
prueba no he sabido ser rebelde y sustraerme al pupilaje de los míos. No me
quieras; siente sólo una inmensa piedad por un débil y desvalido como niño."
Con todo,
Violeta entiende la rebeldía como asignarse otro amo, diferente a su padre: el
pupilaje del esposo. Ella ha preferido obedecer a su familia y no traicionar el
tácito pacto ideológico con el padre. Pues si se marcha con Alfonso, su carne y
sus ideas serán otras, serán monstruos irreconocibles. La familia tradicional y
conservadora, habituada a que sus miembros sean una insípida copia, sería
incapaz de reconocer a una hija artista y revolucionaria. Marcharse con un
pobre artista, además comunista, sería la pérdida de sus comodidades, el exilio.
Por tanto, Violeta se queda niña toda su vida. Si una mujer llegar a ser adulta
(y ser madre no implica serlo), será marginada. Y para ilustrar esto hablaré
luego de Margarita, la puta que realizó
sus sueños.
"Las madres aceptan y las muchachas incitan"
Esta frase retrata la profundidad del fracaso en que están hundidas las
mujeres, que no pueden aspirar a ser otra cosa que madres y objetos sexuales.
La madre de Margarita y Felipa se resigna ahora que ve que ha fracasado como
madre: la ilusión de sus hijas se ha tornado decepción. La una, Margarita, ha
sido forzada por su novio Moncada a la prostitución. La otra, Felipa, ha sido
abandonada por Alfredo que se fue a conquistar a otra mujer. Dice que no espera
riqueza para sus hijas, sólo "hombres
consecuentes" que si dicen quererlas, eso hagan.
Hay
mujeres que sólo son esposas, como un adorno de la casa y no más. Su proyecto
de vida es ese y sólo pueden existir para servir a un hombre. Rosa, la negra
que fue rescatada del hambre por un blanco que se convertiría en su amado
Cirilo, no encuentra sentido a su vida si él muere.
El día de
la masacre, ella cuidaba de su marido enfermo y afuera de la casa, las gentes
corrían desesperadas. Se acercan los militares, violando y matando. Puede huir
ella sola y abandonar a Cirilo, con la seguridad de que lo perdería: "No sufriría ese atropello ¡Mejor morir! A él
lo asesinarían ¿Qué haría sin él? Dos años llevaba enfermo ¿A quién cuidaría?
Cocinaría, lavaría ¿Para quién?" Su vida es para otro, así que se echa
el enfermo al hombro y huye por los lodazales.
No es un
acto de amor sino de egoísmo: si su esposo desaparece, ella también. Sin él, no
habría alguien que dicte el valor de sus acciones y por eso mismo lo ha cuidado
dos largos años en que se ha visto obligada a trabajar como prostituta para
sostener la casa y obtener medicinas.
Ser prostituta es, para Rosa, la única manera de
ser buena esposa. Es una
mujer determinada a alcanzar sus metas por cualquier medio, como cualquier
hombre, sin embargo sus elecciones no son heroicas, no son para vanagloriarse
en público. Las decisiones que airean su vida deben mantenerse clandestinas. Su
esposo no puede enterarse y sería una vergüenza si se hablara de su trabajo
como los demás conversan de los suyos. Esa misma tarde, antes de que la
multitud desesperada tome las calles, un chico se caga en la puerta de la casa
de Rosa y le grita que si lo reprende irá esta noche al burdel a por ella.
4: "Tanto amor y te revuelcas con otros": las putas y la revolución
Puesto
que la revolución es de machos, las mujeres no conforman el conjunto planetario
de los oprimidos. Su dolor no es político, sino berrinche. Cuando Alfonso se
acerca a la fosa común en la que arrojan a los cadáveres de la masacre, oye un
llanto. "Alguien lloraba: no en el
soñado lamento de los oprimidos del mundo, sino en cercanas voces de mujeres,
quebradas en sollozos. Como se oye al acercarse a un velorio." El
oficial encargado de vigilar la fosa dijo, refiriéndose a las viudas y madres
sin hijos: "¡Acallen aunque sea a
bala esas gran putas!" Callar a las mujeres es una costumbre de la que
hace gala esta novela, pues aunque ellas son las sobrevivientes, sus
testimonios no tienen lugar.
En toda
la novela sólo hay una mujer que ha triunfado. Durante la asamblea, en la que
los diversos gremios planean la huelga general, ella hace su entrada como parte
del comité popular Rosa Luxemburgo, un colectivo organizado de mujeres obreras
(igual encabezado por un hombre). Alfonso reconoció a Margarita, completamente
diferente a la "chiquilla abejucada"
que había sido su novia de joven. Se le veía imponente, adulta, "más alta, más grande, hermoseada",
como quien se ha enfrentado a experiencias extraordinarias como la muerte.
"Vestía de rojo, como era su ilusión
de muchacha." Esto no se puede entender de manera literal, sería
ridículo asumir que alguien -más en una novela realista- moriría feliz luego de
obtener un vestido. El vestido es una señal de que Margarita se ha adueñado de
su vida y ha satisfecho sus deseos de tener su casa, sus cosas, etcétera. No
eligió ser prostituta pero utilizó la desgracia a su favor.
¿Qué sucede con la mujer que ha llegado a ser
adulta y ha satisfecho sus ilusiones? Es expulsada. La prostituta entra a la
asamblea, comprometida con la causa política "de corazón", y es sacada a gritos y silbidos: "¡Esa meca profana la asamblea! ¡Anda,
vete, Margarita que te aguardan en el burdel del Generoso!" La puta es
una sucia profanación en el cielo puro de la revolución. Los verdaderos
revolucionarios, una multitud de hombres sucios de tierra y grasa, rechazan a
la mujer del vestido rojo, que lleva pintados los labios, los ojos y las
mejillas. No sólo es un contraste de colores. Es la separación que impone la
autoproclamada ortodoxia política: ellas y nosotros. En esta revolución no todos los oprimidos son oprimidos y sólo se
cuestionan algunas relaciones sociales y económicas (no su totalidad),
específicamente asociadas a la condición del hombre. La asamblea abuchea a la
prostituta, Margarita sale a codazos, entre burlas que pretenden acallar su
poder subversivo y someterla para que vuelva a ser una niña sumisa. Ella les
escupe: "¡Maricones!"
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