Dibujé lo que por 10 meses fue mi hogar. En febrero de 2014 arrendé una habitación en algún lugar de Bogotá. Ahora extraño a esos amigos y amigas de Cali que veía salir mientras desayunaba el mismo par de huevos con pan, a los de Suesca que se sentaban a trabajar en sus traducciones y a veces repetían la misma canción por horas, a la alemana que tomaba aguapanela de manera insaciable, a la más pequeña con todos sus problemas y gritos, al costeño que reía en calma, a los hermanos más creativos e inteligentes con una habitación repleta de épocas, a los hermanos de Valledupar, al mexicano briago y chingón que traía dulces de tamarindo y mezcal para las farras, a la japonesa que comía papitas todo el día y temía bailar por la noche, a los chilenos con sus impresionantes bailes, a la manizalita que se trajo a un inglés a Colombia, al comunista gordo que cobraba la renta y armaba reuniones que duraban horas para que la familia charlara.
Son pocos los dibujos comparado con la cantidad de recuerdos.
Muchos partidos de fútbol.
El caballero enruanado (sin su armadura).
Mi habitación: un muerto está enterrado bajo las tablas del suelo.
Jauria de vagos.
Y algunos dibujos de ellos:
Y una foto del mexicano.
¡Gracias por todo, amigos!
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