El Viaje Literario a Suramérica produce su propia literatura ilustrada. Literatura hecha en el camino. Este cuento de dos viajeros entreteje el amor y el miedo hasta confundirlos ¿Tienes temor de salir de tu casa? Te recomiendo la historia "El miedo tiene los ojos grandes".
El miedo tiene los ojos grandes
Por Ana Mardoquea
El plan es viajar
por cada rincón de Colombia, pero llevan tres meses estancados en Bogotá.
Camilo no puede comenzar este largo viaje sin antes visitar su ciudad natal,
Bucaramanga, en donde sus padres lo esperan a él y a su mujer, que ha conocido
en su estadía en México. ¿Mujer? ¿Dijiste que yo era tu mujer?, Eugenia
reclama, di que soy tu compañera de viajes, diles eso a tus padres ¿o te da
miedo? Ya deja de inventarte tanta excusa para no visitar a tus padres, ellos
no están de vacaciones como tú dices. Claro que sí, responde Camilo, apenas
ellos vuelvan a casa, nosotros vamos, saludamos y arrancamos a mochiliar de
pueblo en pueblo. ¡Ay, Camilo! ¿No quieres ir a Bucaramanga, cierto? ¿Y si nos
vamos para otro lado?
Dos años atrás,
Camilo, ingeniero mecánico recién graduado, entra a trabajar en la fábrica de
aceite de su padre. Se desconoce tanto a sí mismo que tarda dos años en
entender que odia su profesión. A su orgullo le da asco ensuciarse de trabajo
manual. Decide entonces viajar a México. Me tomaré unas vacaciones, dice a sus
padres, no he hecho más que estudiar y trabajar. Y como los ahorros no
son suficientes, altera las cuentas de la fábrica y saca un dinero sin decir a
nadie.
Durante sus
primeros días en México derrocha el dinero en necesidades básicas: restaurantes
gourmets, tequila, un sombrero mariachi que acaba por regalar. En su bolsillo
quedan 150 dólares. Se ve obligado a continuar el viaje sin bufets, sin
jacuzzis, sin la compañía de hombres respetados y mujeres de etiqueta. Y ahora,
que mide el dinero como quien mide la dosis exacta de veneno, está rodeado de
hombres malolientes y mujeres con matas de pelo en las axilas. Él no se siente
uno de esos jipis, pero no le queda de otra que vivir como ellos, por lo menos
mientras esté en México. En Colombia nadie se puede enterar de sus vergüenzas.
Si alguien pregunta, no le ha faltado el jabón, tampoco sus compañeras
nocturnas son las liendres de las sabanas.
Cada semana envía
correos electrónicos a su familia, un reporte de los lujos de Cancún y
Acapulco. Dice que no hace falta enviar fotos porque “la belleza de México hace
recuerdos imborrables”. En realidad, su cámara ha sido robada y vive poseído
por una cobarde paranoia. Desde su llegada, hace dos meses, no ha salido de su
hostal en el DF. Pasa el día leyendo el periódico, recorta las noticias y
las pega en las paredes. Las atrocidades de narcos, mercenarios y cuchilleros
cubren las ofertas turísticas y afiches de pirámides aztecas. Camilo se
sienta en el rincón solitario del bar a contemplar el collage de noticias; del
otro lado, los demás huéspedes se reúnen en una sola carcajada. Camilo prefiere
no reír. Cree que la risa invoca la desgracia. La desgracia, celosa por el
gobierno ruidoso de la risa, la derroca con un movimiento repentino y
silencioso.
Camilo no es un
cobarde, es un intelectual preocupado por la historia contemporánea de México.
Y como cualquier intelectual, es un aficionado a la fotografía. Su foto
favorita la tiene pegada sobre la cabecera de su cama, allí donde estaría el
crucifijo. A ambos lados de la imagen se yerguen edificios casi futuristas, y
un puente, cruzado por un Volkswagen, atraviesa la línea del horizonte. En el
centro de la foto, un hombre ahorcado cuelga del mismo puente. Lo colgaron por
soplón.
─En Colombia
llamamos sapos a esos hijueputas que tu llamas chivatos.
─¿Hijueputas?
Ja,ja, tus insultos son bien suaves.
─Ah claro, pero
como ustedes ofenden con un balazo en la frente.
─No mames. Bastas con personalizarlo: hijo de tu puta madre.
─No mames. Bastas con personalizarlo: hijo de tu puta madre.
Los huéspedes sólo
saben que es colombiano. Para ellos, es una sombra que ocupa siempre el mismo
sillón. Si alguno se acerca y ofrece alguna conversación, el colombiano
responde con una enumeración automática de los muertos de Sinaloa o Sonora en
la última semana. Dice los nombres, la razón de la muerte y luego calla. Nadie
logra sacarle palabras de confianza. Sólo una vez ha hablado de más, con
una alemana. Coquetea con ella con detalles de los desmembramientos de cuerpos.
Luego de guardarse las ganas de follar, enfurece contra todos los huéspedes del
hostal. Para él, unos “mugrosos desadaptados”, viajeros con gustos obscenos por
la naturaleza, las artesanías y los indígenas.
─Chairos se les
dice aquí.
─Eugenia, tu eres
una chaira, mírate, ese pelo tuyo parece una yuca, ja, ja, y ese vestido me
marea de tantos colores.
─¡Cállate puto! Tu
mareas con tanto aburrimiento y tus zapatillas Nike.
Camilo no duerme
bien el hostal. Sus compañeros son ruidosos. Pero, más que eso, teme por su
seguridad. Tiene sus ojos siempre abiertos para que no vuelvan a robarle.
─¡Relaja la raja!
Camilo, eres un pendejo.
─¿Por qué?
─Tienes que confiar
en la gente.
─¿Para que me roben
otra cámara?
Eugenia ha
suspendido sus estudios de arquitectura en la UNAM para viajar por México. Se
financia el viaje con la venta de cuentos ilustrados, escritos y dibujados por
ella misma. Así ha logrado recorrer el norte del país y ahora descansa en un
hostal del DF para luego reanudar su viaje hacia el sur. En ese hostal
encuentra un colombiano que pasa el día sentado en un sillón, en silencio.
Eugenia cree que puede ayudar a este hombre notablemente atormentado. Si no
puedo salvar a toda la humanidad, al menos a un tipo puedo ayudar.
─Camilo, ¿por qué
te tapas la boca al hablar? Me recuerdas a un personaje de Roberto Bolaño.
─¿Tú también has
leído a ese tipo? Yo no puedo con ese mamotreto, me lo recomendaron cuando vine
aquí a México pero yo no es que lea mucho. Mira, hasta compré el libro.
─¡Venga para acá
eso! Ah, Los detectives salvajes son chingones. Los besaría ya
mismo.
─Pero si son sólo
unos vagos perdidos que tienen sexo y no tienen nada qué hacer con sus vidas.
─Entonces sí has leído.
─Entonces sí has leído.
─Como sea. Tengo
mal aliento, por eso me cubro la boca con la mano, tengo las tripas podridas.
─Eres Auxilio
Lacouture.
─¿Quién?
─No has leído mucho, cuando avances te darás cuenta.
─No has leído mucho, cuando avances te darás cuenta.
Pronto Camilo
termina de leer la novela y deja a un lado los periódicos. Los detectives
salvajes tienen algo que él no tiene. Claro, son salvajes. Lo cierto es que
devora la novela porque quiere un beso de Eugenia. Parece que ella no es una
“mugrosa desadaptada” como el resto. La imagina con un vestido limpio, sentada
en una oficina de arquitectos, atendiendo a ricos clientes con sus ojos
grandes.
Una noche, cerrado
ya el bar del hostal, los huéspedes continúan la fiesta sentados en la vereda
de enfrente. Camilo conversa con un gringo borracho, sin perder de vista a
Eugenia y sin quitarse la mano de la boca. Una vez entre en confianza,
Camilo olvida taparse la boca y usa sus manos para explicar el tema de la conversación.
Su aliento pestilente no tiene obstáculo para invadir la nariz del borracho. Este gringo, mareado por la
peste y el alcohol, vomita sobre Camilo. En
ese momento una moto de policía se detiene frente a ellos y todos
corren a esconderse en el hostal. Todos, menos Eugenia.
─Señorita, ¿sabe
que beber en espacio público es ilegal?
─Sí, señor, pero
esto es espacio del bar.
─Mejor cállese.
Donde yo puedo escupir es espacio público ─y el policía escupe sobre el zapato
de Eugenia─ mire, yo la puedo encarcelar, robar, violar y a mí nadie me pondrá
un dedo encima ¿Qué hacemos?
─¿Cuánto quiere?
Camilo observa la
humillación a Eugenia detrás de la ventana. Quiere salir a defenderla. Quiere
ser el héroe que rescata a la
princesa. Quiere ser salvaje. Entonces camina hacia el policía. Decidido, le
gritará que se marche. No. Mejor se lo aconsejará. Justo cuando Camilo abre la
boca, el policía huye. Una victoria, sin golpes ni palabras. El olor de Camilo,
mezcla de vómito e indigestión perpetua, ha vencido al malvado. Camilo es un
héroe.
Con el orgullo de
haber salido invicto de su primer combate contra el mal, Camilo se arriesga a
cumplir su propósito inicial junto con Eugenia: recorrer México. Ahora no para
de hablar de sus hazañas. Dice que la cadena de oro en su pecho es el trofeo
por haber golpeado a un narco. La cadena es delgada como un hilo amarillo, la
enrosca en su dedo para mostrarla al tendero al que compra cigarrillos.
Pero Camilo es
humilde. Acepta que él no es el único héroe, sino que cualquiera que nazca en
su misma tierra es tan gallardo como un general de la Independencia o una
rebelde que rompe los edictos de la corona. La verdad es que esa tierra
montañosa es el hueco en la tierra donde más cobardes se esconden detrás del
nombre de dos o tres compatriotas, que sí arriesgaron su culo.
Camilo enciende un
cigarrillo y el televisor. Eugenia, mañana vamos al balneario, quiero un
Martini y no pongas esa cara, esos lugares a los que tú quieres ir son feos y
peligrosos. Cálmate, te invitaré dos martinis, si quieres.
El primer beso de
Eugenia y Camilo es una situación poco
romántica. En una fiesta en Xochimilco, Camilo prueba la marihuana. La
parece una prueba de valor hacer lo que todos hacen. Camilo se enloda en sus
pensamientos, tiembla y habla solo. Sostiene una conversación acelerada con sus
padres, a quienes imagina untados en las paredes. Todos los demás en la fiesta,
bailan. Él se lanza al suelo en retorcijones, quejándose que su crianza lo
aprisiona. Grita que Roberto Bolaño tiene las piernas flácidas. A la vista de
todos los invitados, se desnuda y se caga encima. Se revuelca en su mierda. Un
joven lo patea. Otro le dispara con un rifle de balines metálicos.
A la mañana
siguiente, Eugenia cura y limpia el cuerpo de su querido colombiano. Recorre su
torso con un recorte de seda blanca. Delinea la silueta de Camilo. La tela
adquiere un color, mezcla de rojo y café. Eugenia acaricia las heridas
abiertas. Se inclina, pone sus pechos sobre el cuerpo cubierto de sangre y
mierda seca. Y antes de dejar descansar al herido, lo cubre con una cobija y se
despide con un beso en la boca.
Después de eso, no
volvieron a hablar de probar el peyote.
Camilo se despierta
con un bostezo que impregna el aire en la habitación con el olor de sus
entrañas. Eugenia, ya despierta y aún desnuda, aprovecha el silencio de la
mañana para leer. En sus manos, uno de sus libros favoritos “Instrucciones
para vivir en México” de Jorge Ibargüengoitia. Cierra el libro y suspira.
Suspira porque recuerda a sus padres. Ellos, decepcionados pues Eugenia
abandonó la universidad en busca de la aventura del viaje, no permiten a su
hija volver al hogar. No importa. Ahora no quiero volver, la tranquilidad de
casa me molesta, quiero acción. Camilo se remueve lento entre las sábanas y, a
petición de Eugenia, cuenta las anécdotas de su pasado en Colombia. Eugenia se
emociona escuchándolas. Cree que con ese material puede escribir su propio
libro, “Instrucciones para vivir en Colombia”, pero le hace falta pisar ese
país para dar verosimilitud a su novela.
En tres meses, la
pareja recorre todo el sur de México: los hoteles, las piscinas, las
recepciones, los pasillos con un desfile de puertas extendiéndose a lado y
lado. A veces, Eugenia es seducida por el deseo de aventurarse fuera de las
paredes del hotel. Cuando eso pasa, Camilo le cierra la boca con un beso y
pasan juntos el resto del día, desnudos. Camilo ha regresado a la lectura
obsesiva de noticias.
¿Eres feliz
conmigo?, Eugenia pregunta a Camilo. Él calla, sabe que la palabra felicidad significa
mucho para ella. Pero la felicidad nadie la puede ver. En cambio, los lujos y
privilegios están a la vista de todos. Por eso los padres de Camilo no viajan.
Si viajan, perderían la dignidad que han ganado entre la élite de su ciudad y
no serían más que unos muebles viejos. No obstante, no se puede decir que
Camilo carece de interioridad, sólo que la guarda tan íntimamente que no conoce
el sol.
─Claro que soy
feliz contigo.
─¿Entonces nos
vamos juntos para Colombia?
─¿Quieres escuchar
a mi madre hablar de mi? Ella te mostraría cada álbum fotográfico de la
familia.
─¡Claro que sí!
─Bueno, vamos, pero
¿no irás vestida así o sí?
En Bogotá Camilo,
vaciado de dinero, se enclaustra en un hotel del centro. Eugenia paga la
habitación y la ración diaria de arroz con su trabajo de mesera. Durante las
primeras semanas Eugenia se queja del encierro de Camilo con sus colegas del
bar ¿Por qué sigues con ese vago? Mándalo a la mierda de una vez. Ustedes no lo
conocen, Eugenia se defiende, él es lindo y además comenzará a trabajar una vez
pisemos Bucaramanga. Cuando las quejas han fastidiado ya los oídos de sus
colegas, Eugenia se hace una mujer silenciosa que circula como el agua entre las mesas y los
borrachos.
Una noche de salsa
en vivo, Camilo entra al bar. Todas las meseras, cual moscas chismosas, se
adhieren a Eugenia. Lo único que ella les dice es que lo dejen en paz, Camilo
no tiene dinero, no puede comprar nada, ignórenlo. Otra mesera afirma que él ya
pagó una cerveza.
Bogotá es una
ciudad costosa, pero Eugenia la pasa bien con el poco dinero que tiene.
Mantiene breves e interesantes conversaciones con los clientes del bar. Los
jefes le sirven platos gourmets en los descansos. No pelea con ebrios ni
discute los turnos con sus compañeros de trabajo. Se siente chistosa con su
uniforme, un delantal de jean, y sus Converse rojos viejos. Al final de cada
noche recibe con alegría los billetes que guarda con recelo en su mochila.
Camilo se cubre la
boca con la mano y pide una cerveza a Eugenia. Paga con un billete de
cincuenta.
─¿Cincuenta mil?
Andas millonario ¿De dónde sacaste este billete?
─De tu mochila. Lo
siento, es que yo sólo tenía unas monedas, pero, tranquila, me tomo dos polas y
el resto lo guardo.
─vale, me gusta que
me visites en el trabajo.
Eugenia le entrega
el cambio y el recibo de pagado. En el papel del recibo hace un garabato con un
lapicero rojo. Camilo piensa que las meseras firman sus ventas. Es un corazón,
dice ella, me salió deforme. Y se va sonriendo hacia la mesa de mujeres que
gritan, mexicana, mexicana.
Los músicos
comienzan a tocar. El bar está lleno. Dos tipos se sientan en la misma mesa de
Camilo. Uno calvo y uno de gafas. El calvo habla con frases cortas y el otro,
no se calla ni deja de retorcerse la nariz con los dedos de la mano derecha. El
de gafas habla por su amigo. Dice que él estuvo con una mujer de la misma
tierra de Camilo, hermosa ella, pero la perra huyó con el dinero del arriendo
de tres meses. El calvo no confirma la historia, se queda en silencio. El de
gafas ama a una australiana. No sé en dónde mierdas esté ella ahora, pero en un
mes me caso con ella.
─¡Chilanga!─ Camilo
llama a Eugenia.
─¿Qué quieres,
colombianito?
─Otra cerveza.
─¿No dijiste que
dos y ya?
─Este no es nuestro
dinero, es mi nuevo amigo el que me está emborrachando.
─Somos los mejores
amigos─ dice el calvo.
─Para celebrar eso
tráenos una botella de escocés─ dice el de gafas, extendiendo un fajo de
billetes de dos mil.
─Son ciento veinte
mil.
─Lo sé, cuéntalos.
Una mujer,
tambaleándose en sus tacones, baila con una botella y una mesera le apaga el
cigarrillo que pretende encender dentro del recinto. En las mesas la gente
brinda y canta y conversa a gritos.
Cada vez que
Eugenia pasa junto a la mesa de los tres amigos, da un codazo a camilo o le suelta
un comentario al oído. Mañana habrá un recital de poesía en el bar y me
regalarán un libro. Y continúa con una bandeja de cervezas, Mira esa mesa de
allá, son lesbianas, la de nariz perforada me está coqueteando. Camilo mira y,
de las cinco narices de esas mujeres, de cuatro cuelga una argolla. Camilo
responde a Eugenia, pero elige una para hacer un trío.
─Oiga, esa mexicana
lo quiere mucho─ dice el calvo.
─Es que uno se hace
querer─ responde Camilo con vanidad.
─Así es mi
australiana─ recuerda el de gafas─ ¿dónde estará esa malparida ahora?─ Su
borrachera se torna melancólica. Sus celos se despiertan con cada hombre que
pasa a su lado.
─Mejor piense que
ella está en la casa y calme su imaginación─ le dice su amigo calvo.
─Tranquilo, fijo
está en una orgía─ espeta Camilo.
─Pues la conocí en
una fiesta bastante loca─ dice el de gafas, tomándose un trago─ mejor no la
dejo salir.
─La chilanga esta─
dice Camilo señalando a Eugenia ─me enseñó la libertad ¿Para qué quiere a su
mujer encerrada? Déjela salir a donde ella quiere.
─O enciérrese usted
con ella─ dice el calvo a su amigo, ya descompuesto.
─Camilo tiene
razón─ el tipo de gafas se incorpora en la silla ─que ella vaya a donde quiera
y yo también haré lo que me entre en gana, y en el encuentro de eso, se dará el
amor.
─¿Y si no se
encuentran?
Camilo, ya ebrio,
camina a la mesa de las cinco mujeres, levanta un billete sobre su cabeza y
grita: ¡lesbianas, las invito a un trago! ¿Saben qué? Yo puedo con todas
ustedes ¿Un trío? Eso es muy fácil, pregunten a la chilanga lo bueno que soy ¿O
es que sólo quieren quedarse con ella? No me la quiten, mejor compartámosla,
areperas, areperas, yo les curo esa maricada con una dosis de verga.
─¡Camilo, deja de
ser pendejo y siéntate!─ Eugenia intenta calmar a Camilo y entonces ella nota
el billete que él sacude en su mano.
─¿De dónde sacaste
ese billete de cincuenta? ¿Son nuestros ahorros?
─Sí, sí─ responde
Camilo, ebrio ─pero mañana te los pago.
Ni el tipo de gafas
ni el calvo han gastado dinero esta noche. Camilo sabía que ninguna mesera le
traería otra cerveza más, entonces le ha dicho al tipo de gafas, entregándole
los ahorros en la mano, diga que es traqueto si quiere, mande a traer alcohol
para nosotros con esta plata.
Ya todo ha pasado.
La cabeza de Camilo sangra. La costilla rota no le incomoda tanto gracias a la
borrachera. El hombre de seguridad vigila que Eugenia no salga a ayudarlo.
Órdenes del jefe. Los dos amigos de Camilo, el calvo y el de gafas, han
aprovechado el desorden de la pelea para huir con dos botellas de vodka.
Eugenia cumple su deber hasta el final de la noche. No deja de escuchar en su
cabeza los insultos proferidos a gritos contra Camilo. Recibe su paga de esa
noche e ignora los consejos de su jefe. Eugenia no escucha nada del mundo exterior.
Sólo piensa en cómo cuidarle la resaca a Camilo mañana por la mañana, comprará
limones que son más baratos que las naranjas. El viaje a Bucaramanga tendrá que
esperar un poco más.
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Me parece super agradable la manera en la que ilustras tus viajes por Suramerica, no solo la manera en la que se ve aparentemente por los ojos humanos, sino lo que podemos apreciar mas allá con las perspectiva de lo que se rodea con las voces de un pueblo y queriendo buscar una salida en conjunto a tanta violencia que habita en el mundo.
ResponderBorrarSaludos.
ESTEFANY
alquiler fincas lago calima