domingo, 13 de enero de 2019

Diario de viaje: anécdotas y dibujos de un mochilero



EL VIAJE

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1.
‒¡Cuzco, Cuzco, directo Cuzco!
‒¡Copacabana, Puno, Cuzco! ¡Sale en quince!

Todo parece ya dicho. Todo parece ya hecho. Y aún así falta algo.
¿Qué es ese “algo”?

‒¡Pasajeros a Sucre, compuerta cinco!

¿Algo que perdimos? ¿Un dios, un amor, una galleta?

‒ ¡Anticuchos de pollo, anticuchos!

‒Ese es mi colectivo, Ana ¿Te venís conmigo a Sucre?
‒Tú vas de turista, ese no es mi viaje. Fue lindo conocerte.

Salí de viaje por Suramérica para buscar ese “algo”. No creo que este pedazo de continente sea mágico ni nada por el estilo, pero es una opción barata y ya me conozco las mañas de sus gentes.

‒¿Adónde vas entonces? ¿Te quedás en La Paz?
‒No sé, ya me cansé de esta ciudad.
‒Lanzá una moneda.

En verdad que estaba harta del veneno de mi familia en Bogotá. Mejor buscar dónde montar mi propio rancho,  cualquier lugar, Ecuador o Bolivia, donde sea, mientras más lejos mejor.

‒No me funciona ese truco, tampoco los dados.
‒Ya me tengo que ir ¿Qué harás vos?
‒Preguntaré a ese viejo de allá dónde nació y voy para allá. Tú, apúrate, toma lindas fotos para mostrar a los del trabajo cuando regreses a Buenos Aires.
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2.
No hace falta la ruleta rusa para jugar con la muerte, basta la filosofía.
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3.
He renunciado a los honores y placeres más básicos. Renuncié a las charlas con amistades queridas. Renuncié a la cercanía de mi familia. A una biblioteca y a un guardarropa. A ciudades habitadas por mis recuerdos y nostalgias. A la comida y al amor que sostenían mis fuerzas. A un lugar vistoso entre un circulo de conocidos, al pequeño escenario donde me engrandecía con los aplausos, que ahora suenan como los golpecitos del paso de los insectos en las paredes. Renuncié a que una mano ajena pintara los paisajes de mi libertad, ahora soy yo la que elige sus propias cadenas. A repetir el pasado, también renuncié al futuro. A los fantasmas que invadían mi reflejo en el espejo. Renuncié al espejo. También a ahorrarme errores. A mi propia cama y techo, que quizá, ahora lo veo, nunca fueron míos. Por eso me llaman desprendida. Me gritan valiente y desagradecida porque expongo mi carne a los vientos del mundo. Salgo blandiendo mis ambiciones para descubrir que soy una nadie, que todos mis logros pasados son aire, que a duras penas cargo con una identidad que a nadie interesa ya. Soy una ingenua arrojada en medio de la vileza humana y allí, preservando su inocencia, arriesga su pellejo para adaptarse a la infamia.
Y quizá, como no era mío, no renuncié a nada.
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4.
Es mentira que las personas más sensibles son los artistas; son los ladrones.
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5.
¿Por qué acusarnos en vez de poner un ladrillo en el edificio que el otro está haciendo de sí mismo? Si se atreven a nombrarme, díganme cristiana. Un engendro de cristiana. Los inescrupulosos señalan la incoherencia ajena sin encontrar la vergüenza en sus propias acciones. Lo dicen como si una santa se hiciera de la noche a la mañana, como si mis convicciones invadieran de inmediato cada rincón de mi cuerpo. La conversión es lenta, es una exploración. Si quieres agradar a tu rebaño, cómprate un manual de cómo repetir a los demás. Aferrarse a estas recetas te traerá pesadillas. Hay que apostar por crear ideas que respiren. No, no es renunciar ni ceder a la crueldad del mundo, es canibalizar tradiciones que andan en la misma búsqueda. Mantenerse en la figura del explorador, del aprendiz eterno, del caminante, del buzo, para mantener abierta la construcción de formas de vivir. Y es que en eso andamos todos, buscando la vida desde unos principios.
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6.
El dolor es la fisura en lo infinito
Ahí anida el ser humano.

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7.
Llevo la rabia contenida, la libido escondida, el amor en suspenso, el miedo en la cuerda floja y la misma camisa hace una semana. El viajero no tiene ninguna grandeza ni valentía especial. 
En todas partes la vida de hombres y mujeres es la misma: un esfuerzo plagado de sufrimientos y alegrías que nada tiene de extraordinario. En cada esquina del mundo la gente trabaja, come, duerme, caga. Trabaja en lo que puede. Come lo que hay. Duerme donde lo tumbe el cansancio. Cada uno lleva a cabo la rutina que se ha creado en el esfuerzo por darle sentido a sus días. Este sentido, sin embargo, no tiene nada de trascendente. No hay maravilla. No es más que el transcurso indefenso de la cotidianidad. El viajero no escapará de la condición humana. 
La rutina del viajero es visitar las rutinas de los otros. Por unos días hace parte de una familia, un pueblo, un mercado. Por unos días observa y participa de los quehaceres diarios de las personas locales. El viajero es una mezcla entre espía y etnógrafo que es acogido por aquellos que anhelan una novedad en el tedio de sus vidas. 
Viajé porque la repetición hacía de mis jornadas un bloque incoloro. Al principio, el lunes no se parecía al martes, tampoco al siguiente lunes. Meses de viaje y la novedad se hizo el nuevo tedio. Una ciudad en Ecuador era igual a una en Bolivia. El impresionante salar de Uyuni dejó de ser impresionante, así que seguí de largo. Caminar y caminar. Preocuparme por buscar dónde dormir y qué comer, una y otra vez, las mismas conversaciones en los hostales, los viajeros con las mismas ideas, los locales insistiendo con las mismas preguntas. La soledad amontonaba el tedio: si no había nadie para comentar las pequeñas rarezas del camino, la sorpresa se anulaba. Los paisajes de un continente fueron como andar un eterno pasillo sin puertas ni ventanas.
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8.
‒¿Me prestas tu encendedor para cocinarme el desayuno?
‒Claro, y me despido de una vez, voy a la biblioteca, así que deja el encendedor en el placard, junto a mis camisas.
No, no haré eso, llévatelo ¿y si quieres fumar?


(Esta última frase es amor)


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9.
Paula llora sobre el plato de sopa instantánea. Ella es la reencarnación de Juan Rulfo. Su cuerpo arde y duele. Se esfuerza en cada cucharada. Toma un poco y tumba su cabeza a un lado, sobre la mesa. Que ojalá fuera una mesa y no unas tablas viejas que reciclamos de la calle. Si no fuera por las sillas que tomamos sin permiso, estaríamos en el suelo, en una habitación desnuda.  No quiero verla sufrir, soy impotente como mi madre lo fue con mis propios males. Paula llora porque se siente inservible: un cuerpo que no puede hacer nada por sí mismo, paralizado por el dolor y la fiebre. Frente al plato de sopa, ella observa el vapor en la cuchara. Recuerda que, siendo una niña, escuchó los gritos de su abuela pidiendo morir en la cama del hospital.
Paula intenta dormir con un tubo de pasta dental en la cabeza, dice que está frío, funcionará para bajarle la fiebre. Pide que pasemos la noche con la luz encendida: “si no, voy a desesperar”. Me trepo a la cama de arriba y escucho sus gemidos de dolor abajo y el chorro del paño escurrido en la olla. Dos o tres mosquitos en el suelo de madera que lavamos con vinagre. En la esquina un paquete vacío de galletas Don Satur. En la pared cuelga el collar de piedras semipreciosas que regalaron a Paula y sólo utilizó por dos días.
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10.
El peregrino viajó años rumiando sus preguntas: cuál es el sentido de la vida, cuál la moral verdadera, qué debo comer y vestir, cómo debo amar. Caminó hacia la montaña alta donde se decía que encontraría al gran sabio, al mismo Dios. Lo que encontró fue el silencio de un cadáver crucificado. Ha llegado muy tarde. El silencio de Dios es la única respuesta a todas nuestras oraciones.
Cuando levantamos la mirada y confrontamos a Jesús en la cruz, contemplamos el vacío, la ausencia de un sentido absoluto, de una respuesta única.
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11.
Días después de la despedida, ella me dijo “Todo sigue sin ti”.
Regresé a casa: hoy quiero que sea igual que ayer y que mañana se repita. 





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