Este artículo continúa la serie del Viaje Literario a Suramérica, propuesto como una mezcla de diario de viaje y reseñas de libros nativos al país que voy caminando. Una vida apuesta a la literatura, las aventuras de Mardoquea en Guayaquil, Ecuador.
retrato por Jorge Emiliano Ledezma |
“La verdad es que la tierra jala, compañero, pero uno se acostumbra a andar rodando”, dice Juan Hidrovo mientras fuma y recuerda su pasado en Ecuador. Juan, protagonista de la novela El muelle escrita por Alfredo Pareja Diezcanseco, ha abandonado su natal Guayaquil para probar suerte en Nueva York. Durante las largas filas de desempleados a la espera de una ocupación, Juan Hidrovo evoca la abundancia de comida de su tierra y a la mujer que allá lo espera.
Yo mismo me pregunté ¿para qué arranqué este viaje? ¿Por qué
gastar este dinero? Llevo dos meses fuera de mi hogar. Extraño a mi familia. He
soñado reuniones con mis amigos. Hay días que me veo obligado a pasar con pan y
agua. Sea como sea, la única obligación que tengo es leer y escribir.
Quizá sea mejor regresar a casa y abandonar toda búsqueda en
mi vida. Quizá todo lo que busque ya lo tengo y entonces las aspiraciones no
son más que dar la espalda al “regalo de lo presente”.
¿Qué carajos hago en Guayaquil? Por las calles del Mercado Central de la ciudad ecuatoriana
conseguí este libro (El Muelle) escrito
por un guayaco nacido y muerto hace ya varias décadas.
Cada vez que me senté a leer esta novela me entró la nostalgia por la tierra, pues los personajes, más viajeros que yo, luchan por regresar a sus hogares. Ha sido suficiente viaje, la tierra prometida no existe.
Cada vez que me senté a leer esta novela me entró la nostalgia por la tierra, pues los personajes, más viajeros que yo, luchan por regresar a sus hogares. Ha sido suficiente viaje, la tierra prometida no existe.
Alfredo Pareja Diezcanseco es un escritor emblemático para Ecuador
pero fuera de su país es un desconocido. Nacido en una familia que perdió su
fortuna, desde joven improvisó diversos oficios. Trabajó en un tres, en un
barco, dictó clases de español, ejerció la diplomacia. En sus primeras novelas
escribe para exponer los huesos e injusticias que vive su pueblo ecuatoriano.
“El Muelle” fue
publicada por primera vez en 1933. Cuenta la crueldad. Cuenta la historia de
Juan Hidrovo y María del Socorro.
María trabaja como sirvienta y cocinera en cada de una familia
adinerada de Guayaquil. En sus descansos observa por la ventana a unos hombres
que van y vienen con sacos de cacao. Con uno de ellos, María escapa y funda un
hogar. Ella, una huérfana analfabeta, tiene ahora una linda casa, pero toda
esta felicidad dura lo que dura la bonanza del cacao. Juan queda desempleado y
decide embarcarse a Nueva York, sin saber que pronto estallaría la crisis de
1929 y miles quedarían en las calles.
Juan Hidrovo se hace viajero porque encuentra su tierra
vacía; en cambio el norte rebosa en abundancia. Dice: “Allí puedo guardar
dinero y aprender un oficio cualquiera”. A los colombianos en Ecuador nos
llaman Los Sieteoficios.
Los ecuatorianos me dicen que los colombianos trajeron
panaderías y pizzerías, así como el sicariato y la mendicidad. También mendigar
es un oficio y de tiempo completo.
Pero no sólo los colombianos son sieteoficios, cualquier viajero lo es. He conocido personajes que son músicos, reposteros y electricistas a la vez. El viajero tiene tantas vidas como habilidades para desarrollar.
Yo mismo tuve dos trabajos en Guayaquil. Escribí artículos
para una página web que enseña la cultura latinoamericana a los asiáticos. Y
fui vendedor ambulantes de bolones, desayuno típico ecuatoriano. El señor
Paredes, padre del hogar en que me hospedé, me enseñó a prepararlos y temprano
en la mañana esperamos los clientes en una parada de buses al norte de
Guayaquil.
Junto a nosotros, José, negro original de la provincia de
Esmeraldas, vende bollos con arroz. Se levanta con su esposa a las 3 de la
mañana a preparar juntos su producto y a las 6 ya está sobre su bicicleta,
ofreciendo a gritos los bollos por los barrios de Guayaquil. Hace 25 años es
fiel a la disciplina de los bollos y gracias a eso construyó una casa de dos
pisos.
De esa misma disciplina he tenido que aprender yo para ser
fiel a la literatura. El viaje no lo hace fácil. Es demasiado movimiento. El
lunes estoy en el cráter de un volcán inactivo, el martes despierto acampando
en la playa, el miércoles estoy perdido en una gran ciudad buscando dónde
dormir.
Son muchos problemas para obtener techo y comida. Ahí es
cuando entra la nostalgia. Suspiro y pienso que en casa estaría mejor, leería y
escribiría por horas en mi propio escritorio. Tendría un trabajo estable, una
pareja estable y repetiría mis errores hasta convertirlos en mi hogar. La
nostalgia quiere que el pasado se repita en el futuro. Impide el cambio.
Cuando Juan Hidrovo logra huir de Nueva York y regresar a
Guayaquil, otra nostalgia lo invade. Juan extraña Estados Unidos, todas las
aventuras que allá vivió. El problema no es que su tierra natal sea diferente
ahora, sino que sigue siendo la misma de antes.
Y es que así es el viajero, vive en un círculo melancólico.
Cuando está de viaje, anhela el hogar. Cuando está en el hogar, anhela el
viaje. Existe, sin embargo, momentos de plenitud en que esté donde esté, en la
quietud de la casa o en el movimiento del viaje, ese lugar es perfecto.
Gracias a JORGE EMILIANO LEDEZMA por las primeras dos fotografías, las cuales hacen parte de una serie de retratos a lo largo de Latinoamerica. Jorge Emiliano es un fotógrafo de Tijuana que he conocido en mi viaje y aplaudo su talento. Puedes visitar su blog: www.jorgeemilianoledezma.blogspot.com
SI TE GUSTA, COMPARTE EN REDES SOCIALES.
Venta de bolones en Guayaquil, El bolón contento. |
OTROS ARTÍCULOS QUE HACEN PARTE DEL VIAJE LITERARIO:
Gracias...muy feliz
ResponderBorrarFue un gran placer poder colaborar con usted amigo....y poder leer su trabajo
ResponderBorrar