Orgasmos en nombre de Dios
Cuando los paramilitares transgredieron el último límite sagrado y cometieron masacres dentro de los templos, las monjas se encerraron. Fue en este tiempo de reclusión que Evangelina abrió su mundo con lecturas filosóficas. Nació en un pueblo piadoso del Chocó, su madre la destinó a la vida religiosa y la alejó de la mirada de los hombres. Una vida estricta. Esos libros la hincharon de dudas al punto que pudo saborear la libertad como se saborea un pescado frito. Por supuesto, sintió dolor al abandonar su orden religiosa, pero una búsqueda interior la impulsaba a nuevos horizontes.
Insegura e ignorante del mundo terrenal, encontró trabajo en una carnicería, donde los clientes atestiguaron milagros que la han hecho candidata para beatificación: convirtió la carne podrida en mondongo fresco, hizo levitar a los perros que mendigaban huesos y en la punta de los chorizos florecieron margaritas. Todos se maravillaban con estas intervenciones divinas, menos Evangelina. La llamaron la atea bienaventurada. Para ella, era ridículo explicar los simples sucesos de la vida con el absurdo de Dios.
Un día, uno
de los hombres que ella había ocultado bajo su falda de los paramilitares llegó
a la carnicería. Conversaron de temas filosóficos, se lamentaron de que aquellos
libros se perdieron en una inundación que dejó al convento flotante junto a las
lanchas de los pescadores. Con el tiempo, construyeron un amor ateo que duró
hasta la noche en que Evangelina perdió su virginidad. El orgasmo la hizo ver a
Dios de manera indudable. Vibró en la eternidad como en un canto gregoriano.
Acabó la relación con aquel hombre y, como no pudo reintegrarse a la orden
religiosa, huyó. Se dice que anda disfrazada de monja convirtiendo las flores
en chorizos. Desde entonces en Turbo se sabe que los orgasmos forman mujeres
piadosas y que la filosofía forma buenos empleados para las carnicerías.
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